Las “Bellas artes” de Cohn & Duprat: una serie para enmarcar (y maratonear)

  • Está protagonizada por Oscar Martínez, de impecable composición como el director de un museo de España.

Más allá del registro elegido, las series de Cohn & Duprat ya parecen ser un género en sí mismo. No porque se repitan, sino porque el sello de fábrica las agrupa en un nicho que, paradójicamente, no deja a nadie afuera. Tanto en El encargado, como en Nada, o ahora con Bellas artes, uno puede quedarse en la gracia de la primera capa o llegar, decapando, hasta el profundo corazón del relato.

Y si se embarca en el latir de la miniserie que este jueves estrenó Star+ se topa con una atrevida, sarcástica y atractiva mirada sobre el lado B del arte.

Que en este caso tiene un museo como escenario narrativo, pero también encuentra en pequeños y sutiles detalles la radiografía sin piedad de ese universo al que la ficción no siempre se le anima. A veces, la solemnidad o la corrección política de determinados mundillos no les ha permitido a muchos pincelar libremente el snobismo, la lucha de egos, las presiones y las apariencias de un templo artístico. O de un museo.

Así como en muchos viajes familiares “shopping mata museo”, en la mesa de debate de productoras o plataformas no debe ganar muchas batallas un guión sobre la vida puertas adentro de un museo. Una pena, porque luego de ver los seis episodios de Bellas artes -que van de los 25 a los 30 minutos- más de uno se preguntará, seguramente, por qué no hay más de esto en las plataformas de streaming. Cómo por qué no habría más historias sobre porteros o sobre críticos gastronómicos.

Por suerte la sólida dupla -en los roles rotativos que sean- que integran Mariano Cohn y Gastón Duprat se animó a meter el pie en otros terrenos, a veces con oro, a veces con barro.

Antonio Dumas (Martínez) junto a la torre de peluches que expone su museo.Antonio Dumas (Martínez) junto a la torre de peluches que expone su museo.

Aquí se cuenta el nuevo rumbo que toma el Museo Iberoamericano de Arte Moderno, dependiente del Ministerio de Cultura. El primer episodio, titulado Concurso, abre con una suerte de casting entre tres personas para llegar al cargo de directo. Antonio Dumas (Oscar Martínez) compite contra dos mujeres. Por sus respuestas, por su silencio, por sus gestos, su fastidio, por su ironía o por las huellas que ha dejado en el mundo de la cultura tiene todas las de perder. Pero gana. Y asume. Y el personaje le roba el protagónico al espacio.

La excusa es el dónde, pero la gracia está en el quién, como ocurrió con el personaje de Guillermo Francella en El encargado o con el de Luis Brandoni en Nada. Los hechos se van hilvanando, mientras el hombre se va desnudando sin necesidad de quitarse ropa alguna.

Impecable trabajo de Oscar Martínez en la composición de este soberbio y reconocido gestor cultural, que no ha sabido rendir materias clave de su vida personal. Tiene un hijo que le pasa facturas, un nieto al que ve poco, un viejo amor del otro lado del mundo, un gato llamado Borges y pocas pulgas. Y un monopatín eléctrico que lo pasea por Madrid.

Oscar Martínez, el hombre del afiche.Oscar Martínez, el hombre del afiche.

Martínez ha sido El ciudadano ilustre con el que Cohn y Duprat han ganado un Goya. Se conocen, pero no hay en este reencuentro un trabajo hecho de memoria, como tampoco hay en Bellas Artes alguna similitud con Mi obra maestra, la película que ellos hicieron con Brandoni y Francella, en la que también hay un artista en el centro de la escena.

Los nombre se repiten a modo de actores fetiche, pero cada nueva producción salta de baldosa. Hay, tal vez, un humor exquisito de fondo que las aúna, hay en todas algo del humor negro sin pizca de blanco, pero cada una atiende su propio juego, aquí de la mano de un sólido elenco español, con Aixa Villagrán como su secretaria, con Dani Rovira como su hijo, con Ana Wagener como la Ministra de Cultura, con José Sacristán y Ángela Molina como invitados de lujo.

Amén del guión y del trazado de los personajes -entre el intelecto, el desparpajo, el poder y la emocionalidad-, una de las mayores virtudes de la serie radica en el juego de la pequeñez humana frente a la escala arquitectónica de la mayoría de los museos. La cámara sabe jugar con esa desigualdad, en la que no hay deformidad, tal vez sólo verdad.

Quizá el sexto episodio sea el menos ágil, el que cae en algunas tentaciones de lugares comunes, pero vale la pena hacer todo el recorrido. Pasa como en los museos, hay salas que atrapan y algunas en las que uno aligera el paso. Pero en general, de todo se sale saboreando la obra. Suele pasar también después de haber traspasado el umbral del Cohn/Duprat.

Seguí Leyendo

Artículos Relacionados